María

 💌 SEPIA Y TINTA 

La foto que no decía nada… y lo decía todo.





María está ahí. Sentada como en un ritual de despedida, con las piernas cruzadas, el vestido blanco dibujando la curva del viento, y la Vespa —mi Vespa— estacionada a su lado como un perro fiel que ya no tiene a quién seguir.
Recuerdo perfectamente aquel verano en que todo era posible. La ciudad era nuestra. Éramos jóvenes, indomables, y paseábamos nuestro amor sobre esa Vespa con la arrogancia dulce de quienes creen que el tiempo no existe. Las horas no pasaban: rodaban con nosotros, entre risas, bocinas lejanas y la certeza de que la libertad era una forma de amor sin condiciones.

Luego me marché. El trabajo, el mundo, los años. Me fui creyendo que todo esperaría intacto, incluso María. Como si el amor pudiera congelarse como una postal. Antes de partir, le dejé la Vespa. Se la regalé como se entrega algo propio, algo que resume todo lo vivido. Como si dársela fuera una forma de quedarme en ella.
Cuando regresé, ella ya no estaba. Nadie sabía mucho. Solo que un día dejó de pasar por el Café donde solíamos parar, ese rincón de humo y tango donde el amor tenía el sabor del vino barato y las miradas largas. Sin embargo, uno de los muchachos me llamó aparte. “Esto es para vos, lo dejó hace tiempo. Me pidió que te lo diera si alguna vez volvías.” Y me dio un sobre. Adentro no había carta, ni palabras. Solo esta foto. Ella, mi Vespa, el muro. El silencio. Nada más. Y sin embargo, era todo. No supe si era un adiós o un gesto de ternura tardía. Si quería que recordara, o que la olvidara con dignidad. Esa imagen se convirtió en mi carta sellada con nostalgia. No había tinta, pero dolía como si lo no escrito quemara.

“María, en las sombras de mi pieza, es tu paso el que regresa...” Así decía Cátulo. Y así es. A veces me parece escucharla. No en la calle, sino adentro mío. Como si el motor de aquella Vespa, dormida para siempre en alguna calle que no conozco, todavía resonara en mis huesos.
María fue la más mía porque nunca volvió. Porque no me explicó. Porque no me quitó nada… y sin embargo me dejó sin todo.

Tal vez ella supo que escribir algo habría roto la magia. Que las palabras no bastaban para un amor que había vivido más allá de lo dicho. Tal vez quiso que yo la recordara así: libre, ausente, luminosa. O tal vez, simplemente, no podía decir nada.
Yo tampoco puedo decir mucho más. Solo mirar esa foto. Y sentir que esa fue nuestra última conversación.

“A veces creo que se fue para quedarse en mí sin romperse… desde entonces, cada vez que miro esa foto, no sé si la extraño… o si sigo esperándola.”

– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto