El Perfume del Olvido

 📱 SEPIA Y TINTA 

✍️ Ensayo narrativo a partir de la canción “Stéfanie” de Alfredo Zitarrosa


Este texto nace de una canción que no se olvida. Stéfanie, de Alfredo Zitarrosa, no solo cuenta una historia de amor y pérdida, sino que deja en el aire un perfume emocional que persiste más allá de sus versos. No se trata de una traducción ni de una explicación de la letra, sino de una evocación íntima, un relato inspirado en sus imágenes, en su tono melancólico, en esa frase que duele: “no hay dolor más atroz que ser feliz”. El siguiente ensayo narrativo es un eco prolongado de esa canción. Un monólogo escrito desde el insomnio, la memoria, la piel y la ausencia. Una historia que no intenta resolver el misterio de Stéfanie, sino habitarlo con el temblor de quien siente. (jcp)

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El Perfume del Olvido

El insomnio, esa vieja costumbre, me encontró de nuevo en la penumbra de mi apartamento, el mismo que ayer, y que antes de ayer, se sentía inmensamente vacío. Afuera, la ciudad bostezaba con luces perezosas, y el silencio, denso y pesado, era la única compañía. Pero no era un silencio absoluto. Había un eco, un susurro persistente que se aferraba a las sábanas, a la almohada que aún guardaba una hendidura apenas perceptible. Un eco de perfume, de piel, de una noche que se resistía a ser sepultada por el tiempo.

"Stéfanie", mascullé al vacío, y el nombre se disolvió en el aire como una promesa rota. Fue hace un tiempo, en un hotel de techos altos y pasillos laberínticos, donde las vidas se cruzaban y se deshacían con la misma facilidad que el rocío matinal. Yo, un simple observador de almas, un obrero de la nostalgia, buscando quizás un refugio efímero de mi propia soledad. Y entonces, apareciste tú.

La primera imagen que regresa, con una nitidez casi dolorosa, es la de tus ojos. Una mirada azul turquí, profunda como un abismo, que prometía mundos inexplorados y al mismo tiempo, revelaba la sombra oscura tras de ti. Te encontré en el bar del hotel, un rincón con luces bajas y música suave, donde las conversaciones parecían susurros y las risas, cristales rotos. Eras un misterio envuelto en un vestido oscuro, con el cabello del color del ámbar que se escapaba de un sombrero de ala ancha. Una sonrisa, apenas un esbozo, que te decía todo y nada.

Esa noche, la habitación del hotel dejó de ser un lugar de tránsito para convertirse en un universo propio, suspendido en el tiempo. Tus palabras, a veces, se escapaban en portugués, melodiosas y enigmáticas, como un canto de sirena que atraía y advertía a la vez. No entendía todas, pero el tono, la musicalidad, era un lenguaje universal de ternura y pasión.

"Ouve-me, por favor, bésame aquí", dijiste anoche, y tu voz, con ese acento que se enredaba en mi alma, era una orden y una súplica. Tus pies calientes se entrelazaron con los míos, una conexión íntima y fugaz. En ese instante, en ese abrazo, hubo una felicidad tan intensa que me erizó la piel. Y fue entonces cuando, entre risas y suspiros, murmuraste la frase que ahora, en la quietud de mi soledad, me martiriza: "no hay dolor más atroz que ser feliz".

Qué premonición tan cruel, Stéfanie. Porque esa felicidad, nacida en la oscuridad de una habitación ajena, sabía a despedida incluso antes de amanecer. Tu tacto, tu risa, el eco de tus palabras en portugués, todo era demasiado perfecto para durar, demasiado vívido para no dejar una cicatriz. Y aunque mi corazón se negaba a admitirlo, una parte de mí ya intuía que esa era la esencia de tu existencia: la transitoriedad.

Cuando el primer rayo de luz se coló por las rendijas de las cortinas, te vi salir. Fue un movimiento rápido, decidido. Tu silueta esbelta se desdibujó en el umbral, y luego, solo un instante después, el sonido de tus pasos corriendo por el pasillo del hotel. Un eco amortiguado que se alejaba, llevándose consigo la calidez, la promesa, el sueño. Y yo, solo, en la cama, con el perfume de tu piel aún impregnado en las sábanas, en el aire, en cada poro de mi ser. La vida es cruel, Stéfanie. Cruel y despiadada con los que se atreven a sentir la felicidad efímera.

Desde entonces, la soledad ha sido una sombra aún más densa, una compañera constante que me recuerda lo que tuve y lo que perdí en un parpadeo. Me pregunto dónde estarás, si aún vendes esa soledad disfrazada de encuentros fugaces, si el color de tu pelo, ese ámbar vibrante, se mezcla entre la gente o se pierde en la multitud. Deseo que vivas, Stéfanie, que vivas intensamente, aunque sea esa vida nómada que te obliga a ir y venir. Sé más mujer, Stéfanie, sé la mujer que eras en esa habitación, pero con menos sombras y más luz propia.

La memoria es una amante caprichosa. Se aferra a los detalles más insignificantes: la curva de tu sonrisa, el brillo fugaz en tus ojos azul turquí, la forma en que tus dedos rozaron mi mano. Pero se niega a traerte de vuelta por completo. No te veo a ti, Stéfanie. Veo fragmentos, ecos, sensaciones. Es como tratar de atrapar el humo con las manos: la forma está ahí por un instante, pero la sustancia se desvanece.

Me has dejado pensando en la complejidad de las relaciones humanas, en cómo dos almas pueden colisionar con una fuerza avasalladora y luego separarse, dejando solo estelas de anhelo. Tu amor por el dinero, por la libertad que te compraba esa transitoriedad, había olvidado al obrero y al señor, a cualquiera que intentara anclarte, a cualquiera que se atreviera a soñar con una permanencia que no te pertenecía. Y quizás, esa era la ironía más grande, Stéfanie. Yo tampoco te quiero, no con ese amor posesivo que busca retener lo inatrapable. Mi amor por ti, si es que se le puede llamar así, es un anhelo, una melancolía que se aferra a la belleza de lo que fue, a la fugacidad de una noche.

Ahora, mientras la ciudad despierta, la luz tenue de la mañana se filtra por la ventana. El perfume de tu piel se ha desvanecido casi por completo. Queda solo un rastro tenue, un fantasma olfativo que me dice que no lo soñé. Esta canción, mi historia, que pregunta por ti, que no ha dormido en la vigilia de mi memoria, es el último suspiro de lo que alguna vez fue. Un intento desesperado por aferrarme a algo que ya se ha ido. Pero la verdad, la cruda y dolorosa verdad, es que todo esto, todo lo que vivimos y lo que recuerdo, es puro olvido, Stéfanie. Un olvido que se disfraza de recuerdo, un dolor que se esconde detrás de la añoranza de lo que nunca fue. Y así, en mi cama, hoy también estoy solo.

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
Serie: Sepia y Tinta

Créditos Música:
-Fragmento de la canción "Stéfanie" de Alfredo Zitarrosa 
1era parte Zitarrosa a capela
2da parte Interpretación del grupo "Compinches"

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